Profesional AGRO
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Emilio Velasco Machuca
OPINIÓN
A vuelapluma / EMILIO VELASCO

Y DE LO NUESTRO, ¿QUÉ?

¿Se acuerdan de esa famosa obra del clasicismo sajón de inicios del siglo XVII, casi convertida en leyenda, en la que Fausto, un erudito doctor de gran éxito personal y profesional está siempre atormentado e insatisfecho con su vida? Esta situación lleva al protagonista al punto de vender su alma a Mefistófeles, el diablo, intercambiándola por gozar de un poder absoluto, un saber ilimitado y por el disfrute de todo tipo de placeres mundanos.

Es una acertada metáfora que refleja la actuación de muchos personajes de indudable éxito en lo personal, más habitual de lo que podamos llegar a creer, pero que han “olvidado” sus verdaderas obligaciones a cambio de ejercer un poder omnímodo que los aleja cada vez más de sus verdaderas responsabilidades y obligaciones para con los suyos, algo que cada vez se observa en mayor medida, sobre todo entre nuestros dirigentes, en aquellos en los que hemos depositado nuestra confianza para velar por el bienestar común.
¿Que por qué comienzo hoy mis reflexiones así? Muy sencillo. Retrocedamos unos meses tan solo; a los inicios de este malhadado año, justo antes de que se desatara la pandemia que aqueja a nuestro mundo, la COVID- 19, que está castigando a España con especial virulencia, segando vidas y arruinando nuestra economía en una crisis sin precedentes en nuestra historia moderna.

En aquel primer bimestre de 2020 y primeros días de marzo, cuando nuestros dirigentes nos tranquilizaban restando importancia a la pandemia que ya aquejaba a otros países vecinos, -¿recuerdan aquellos mensajes de que no eran necesarias ni aconsejables las mascarillas y que aquel coronavirus era como una gripe que no causaría más que unos pocos casos aislados?–, nuestro sector rural, harto del ninguneo del que era objeto, se movilizó, se echó a la calle en defensa de sus derechos para valorizar convenientemente la importancia de su actividad y garantizar el futuro de una profesión, la de agricultor, ganadero o trabajador forestal, que es ESENCIAL para asegurar la vida.

En aquellas manifestaciones de primeros de año, las gentes del campo expresaban su indignación por las pocas –casi nulas– perspectivas de futuro para un sector maltratado y ninguneado precisamente por quienes tienen la responsabilidad ¡y la obligación! de defenderlo y protegerlo contra viento y marea, hacer respetar todos sus derechos y valorar convenientemente la importancia de su labor estableciendo la percepción de unos precios justos, -esa fue una de las principales reivindicaciones de nuestros profesionales agrarios, reduciendo la horquilla existente entre los precios percibidos por el productor y los que abona el consumidor, con frecuencia hasta diez veces más elevados. ¿A que no es una situación justa?.

Pues a eso solo se llega si los organismos responsables de su vigilancia y control o, mejor dicho, los responsables y el personal de esos entes y, con ellos, las autoridades superiores hasta llegar a la cúspide de la pirámide en la cadena de mando, hacen dejación de sus funciones, y aquí se aprecia perfectamente la metáfora con la que iniciaba esta disquisición: en Fausto se ven reflejados todos esos responsables que han vendido su alma –sus deberes y obligaciones– a cambio de una “poltrona” que les garantiza una vida muelle. En resumidas cuentas, aunque es muy posible que todos ellos sean grandes profesionales, se han hecho acomodaticios. Están DETENTANDO un poder del que hacen mal uso, al no ejercer la autoridad suficiente para poner fin a una injusta situación que se ha convertido desgraciadamente en endémica, porque los problemas que aquejan a nuestro medio rural no son de hoy ni de ayer: se vienen arrastrando desde muchos años atrás, y especialmente durante las últimas décadas en las que se han incrementado notablemente los precios de los insumos utilizados en el agro pero no así los que perciben los agricultores. No lo han hecho en la misma proporción, con lo que estos pierden capacidad adquisitiva y eso en el menos malo de los casos, porque frecuentemente sus ingresos, o han permanecido invariables, o incluso se han visto muy reducidos debido a la competencia desleal de productos de terceros países que no contemplan las exigentes medidas agrosanitarias y medioambientales, que sí obligan a nuestros productos y a nuestros productores, se ven abocados al paulatino empobrecimiento de todo el sector de forma inexorable.

Lamentablemente, el letal “desembarco” en marzo de la invasión coronavírica en nuestro país y los graves problemas que trajo aparejados: paralización económica, cierre temporal industrial, comercial y de servicios, confinamiento generalizado de la población salvo unas pocas actividades consideradas como ESENCIALES entre las que, por cierto, estaba incluida la agraria –nuestras gentes del campo fueron también parte de esos héroes anónimos que hicieron posible, pese a todo, el abastecimiento de alimentos tanto en España como en otros muchos países–, interrumpió la cadena de movilizaciones con las que el sector agrario quería hacer visible su profundo descontento y su desacuerdo con la política de dejación de funciones (a la sombra de los problemas más acuciantes de la pandemia) de la que hacen gala nuestros representantes políticos y la flaca defensa de los intereses del sector español ante las autoridades comunitarias, todo lo cual está propiciando en buena medida el abandono de nuestros pueblos, hecho que ha acuñado el término “la España vaciada” para extensas comarcas de nuestra geografía.

Este problema, junto al relativo a los precios pagados y percibidos, ha desatado de inmediato la adhesión solidaria de la ciudadanía, que exige unanimidad en la resolución de ambos problemas en fondo y en forma por parte de las fuerzas políticas, a las que exige la toma de decisiones al respecto y de fin a esta inacción “justificada” y disimulada bajo el problema originado por la pandemia.

Por todo ello, el mundo rural al unísono reclama la solución a los problemas que ahogan al sector primario nacional y, recordando a nuestro insigne Francisco Umbral cuando en febrero de 2006 presentó su libro “La Década Roja”, le pregunta a nuestros políticos…

… y de lo nuestro, ¿qué?

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