Generalmente, nos referimos a la biomasa como si se tratase de una especie de desecho sin apenas utilidad que nos obliga a invertir mucho tiempo y destinar todo tipo de recursos –equipos, maquinaria y mano de obra–, con el consiguiente coste económico que ello conlleva, para gestionar su recogida y eliminación. Pero, queridos amigos, ¿qué pensarían ustedes si yo les asegurara que en estos tiempos de penuria y carestía energética una buena solución, muy factible por cierto y, además, de alta rentabilidad, radica precisamente en la valorización de esos recursos naturales que ahora despreciamos?
Un prestigioso medio de información nacional ha examinado recientemente un exhaustivo estudio del INE (Instituto Nacional de Estadística) que abarca el periodo 1975–2021 observando que, en el transcurso de esas cuatro décadas y media, se está produciendo un sensible despoblamiento del medio rural en muchas de nuestras regiones, cuyos habitantes se desplazan a otras regiones en las que observan nuevos horizontes de progreso y bienestar para labrarse un nuevo porvenir. Esas gentes constituyen el nuevo “proceso emigracional” de finales del siglo XX y principio de este XXI –del que estamos en proceso de completar su primer cuarto sin que haya visos de que se atenúe aquel éxodo rural– de tal forma que ya es muy común referirse a las primeras como “la España vaciada”.
Pero ¿cómo se ha llegado a esta situación de abandono generalizado de los pueblos, sobre todo en el interior peninsular? Básicamente porque, carentes de otro sistema de vida para los jóvenes que no sea la dedicación a la explotación agrícola, ganadera o forestal, no ofrecía atractivos suficientes –ni profesionales ni de ocio–, como para enraizar a las nuevas generaciones en la tierra que los vio nacer. Estos jóvenes prefieren buscar su destino en nuevos horizontes, de tal forma que muchos de esos pueblos se han quedado habitados solo por unas pocas familias de ancianos, reacias a abandonar las casas en que vivieron y trabaron con sus mayores. Y eso en el menos malo de los casos, porque es demasiado frecuente el abandono total de muchos núcleos que hasta no hace demasiado tiempo gozaban de un importante censo poblacional.
Y solo por esa falta de oportunidades se puede entender que en el estudio al que he aludido al comienzo, se registre el aumento poblacional de más del 100% en Baleares, mientras que Alicante, Almería, Gerona, Guadalajara, Las Palmas y Málaga crecieron entre un 80% y 85%. Por no mencionar otras provincias de gran tradición histórica en el acogimiento de nuevos pobladores: sol y playa, con sus servicios añadidos en unos casos; comercio, industria y gran actividad económica en otros, han focalizado el fuerte “tirón” de nuevos pobladores, ávidos de disfrutar de unas oportunidades que les permitan una vida mejor. Y ¿cuál puede ser la solución que contribuya a revertir ese proceso que ya parece imparable? Indudablemente, ofrecer medios de vida con suficiente atractivo profesional para que las jóvenes generaciones aseguren su permanencia en el medio rural y no se vean abocadas a emigrar. No nos engañemos, muchas de las provincias que están sufriendo fuertes mermas de su censo, –Ávila, Cuenca, León, Lugo, Orense, Palencia, Soria, Teruel, Zamora y Zaragoza, por no citar muchas más que harían demasiado extenso este listado–, a pesar de ofrecer una excelente calidad de vida, con grandes superficies de tierra fértil, adolecen sin duda de otros atractivos no menos interesantes, como escasa oferta cultural y de ocio y aun menos oportunidades laborales.
Para atajar esa nefasta situación llegamos al tema que nos ocupa: valorizar y rentabilizar un producto que hasta no hace mucho catalogábamos como desecho pero que, muy al contrario, es útil, muy útil y más en estos tiempos de encarecimiento energético. Algo que la guerra de Rusia–Ucrania, no ha hecho más que agravar. La biomasa es esa gran desconocida y ese es el producto estrella de estas reflexiones. Pocos saben que en torno a este modesto producto se aseguran muchos miles de empleos directos, y no digamos indirectos –comercializadoras, redes de distribución, etc.–, y además, genera anualmente miles de millones de euros. Como beneficios añadidos cabe mencionar que favorece la descarbonización, contribuye a reducir la lacra de los incendios, porque un monte limpio es difícil que arda. De tal forma que la recogida de los restos vegetales para su posterior utilización como combustible “natural” y ecosostenible brinda todo un abanico de nuevas actividades laborales en el medio rural.
Por otra parte, no cabe duda de que lo que hay de sobra en el campo es precisamente eso, campo –con sus cultivos, arbustos, matorrales, frutales, dehesas y montes, frondosos bosques, etc.–, y todo, absolutamente todo, genera anualmente una gran cantidad de residuos, bien espontáneamente por el devenir del ciclo natural vegetativo de las diversas especies, o bien debido a las labores de tala, poda, escarda y limpieza de malezas llevadas a cabo por la mano del hombre. Y así llegamos a ese, hasta no hace mucho, subproducto, que hemos denominado biomasa y que hemos comenzado a valorar en su justa medida Representa un combustible de gran poder energético y… ¡BIOSOSTENIBLE! Además es la energía RENOVABLE que más puestos de trabajo genera en nuestro país, aunque parece hacerlo “a la chita callando” porque su indudable importancia rara vez encuentra eco en los medios de difusión. Y más allá de todos sus indudables beneficios medioambientales, créanme...
...puede ser la solución definitiva para la “España vaciada”.