El MUNDO RURAL, y reparen los lectores en el término que empleo, “mundo rural”, porque ese metafórico gran paraguas cubre una gran diversidad de actividades, todas ellas imprescindibles para asegurar la vida en este pequeño planeta, –Agricultura, Aprovechamiento Forestal, Caza, Ganadería, Pesca, Recursos medioambientales, etc.–, desarrolladas por gentes sencillas, laboriosas, abnegadas y muy profesionales que, desgraciadamente, pasan desapercibidas para el resto de la sociedad, incapaz de valorar en su justa medida la importancia, ¡trascendental! y el desvelo que requieren el trabajo que desempeñan y que solo se visibiliza en jornadas como la del pasado 20 de marzo cuando ese gran colectivo se echó a la calle invadiendo la capital reclamando sus derechos, haciendo valer le importancia de su actividad y reclamando un trato justo para sus productos. Hay que recalcar que a pesar de las indudables incomodidades que aquella macromanifestación causó a los ciudadanos de una urbe, ya de por sí tan complicada como es Madrid, justo es reconocer que aquella “marcha del campo” despertó de inmediato la simpatía y adhesión de los “gatos” (*).
Pero no voy a referirme más a aquel magnífico evento que ya dejó bien afirmada la voluntad del sector primario, –para todo aquel que quisiera darse por aludido–, porque se reconociera la importancia de su actividad; solo quiero que reflexionemos todos sobre la trascendencia de este sector que siempre ha sido el origen de todos los avances de la Humanidad. Se puede decir, y de ahí el título de estas líneas, que es el verdadero MOTOR del desarrollo. Ya fue una buena muestra de ello el hecho de que a un ancestral homínido del Neolítico, hace unos 10.000 años, se le ocurriera aguzar un simple palo y trazar con él un rudimentario surco en el campo para depositar una semilla: acababa de inventar el primer arado y con ello, la técnica, el arte de labrar la tierra cultivándola para obtener sus frutos; había acabado con el obligado nomadismo en busca de alimentos, estableciendo nada menos que la AGRICULTURA como fundamento para la creación de núcleos de población permanente. Se puede decir que fue también el origen de las nacionalidades y de la sociedad tal como hoy, transcurrido un centenar de siglos, la entendemos.
Aquella recién estrenada estructura agraria, capaz de producir sus propios alimentos, fue el germen para originar una sociedad de gentes vinculadas por un objetivo común, la pervivencia de una especie que ya se había situado en la cúspide piramidal del mundo animal. Esos primitivos y pequeños pueblos, –aun así, integrados por un número de individuos muy superior a los de los reducidos grupos de recolectores obligados a nomadear para buscar los frutos que la naturaleza quisiera brindarles–, evolucionaron bajo la premisa de afirmar su propia fortaleza para asegurar sus tierras, cultivos y posesiones, surgiendo así el sentimiento de propiedad, los pueblos, territorios, países... etc. Se estaba registrando la historia del género humano.
En toda esta organización, el sector rural primero, y la agricultura como ciencia después, demuestran el decisivo papel que han jugado en la estructuración de la sociedad misma. También se comprueba esto si se observan los diferentes estratos de la evolución socioeconómica alcanzada por los diferentes países en función de la hegemonía de su segmento rural. A mayor desarrollo del potencial agronómico en general, corresponde una mayor potencialidad industrial y económica, un axioma que se demuestra históricamente en el hecho de que la potencialidad de la agricultura estimula el surgimiento del sector industrial que se potenció precisamente sirviéndose de las transferencias de medios, capital y mano de obra procedentes del sector agrario y ello pudo ser así gracias a que los importantes avances tecnológicos que se iban dando en la agricultura permitieron liberar abundante mano de obra que se pudo emplear para otras actividades, sin menoscabo de asegurar la alimentación de una población en constante aumento. Este hecho innegable pone de actualidad aquella expresión de Salvador de Madariaga en su obra “Ensayo de la Historia Contemporánea” cuando allá, por los años 30 del pasado siglo XX afirmó que “la base de la vida de un país es su agricultura”, de donde se puede extrapolar también que su importancia socioeconómica está influida igualmente por su organización agraria y a una estructura rural potente corresponderá la solidez de un país dentro del contexto socioeconómico global.
La injusta invasión del territorio ucraniano, –el granero de Europa–, por las tropas rusas originada por las ansias expansionistas del depravado líder del país euroasiático, –parece que Vladimir Putin intenta asemejarse a un Adolf Hitler del siglo XXI–, además de la crueldad de toda guerra que lo único que produce es una injustificable e inútil pérdida de vidas y la destrucción del territorio, ha aparejado una serie de daños “colaterales” como el desabastecimiento de cereales, piensos y aceite de girasol, así como otros problemas políticos, de disponibilidad energética y otros graves riesgos potenciales que traen de cabeza al resto de la comunidad internacional y que sin duda va a complicar la vida de este mundo que no parece tan global como lo queremos representar y a lo mejor, por lo menos hasta que aprendamos a ser más solidarios con nuestros “vecinos” nos veamos obligados a volver a ser más autónomos y a no depender tanto unos de otros.
Esperemos que esta sangrienta confrontación dé fin de una vez por todas para que Ucrania vuelva a ser el “granero de Europa”, –título que por cierto, no hace demasiados siglos ostentaba nuestro País–, y pueda reiniciar su actividad para que precisamente su gran potencial agrario sea otra vez el motor para la reconstrucción de su tejido industrial.
Confiemos que así sea.
(*). Dícese que en 1083, cuando las tropas de Alfonso VI sitiaba la fortaleza árabe de Mayrit, que los cristianos denominaban Magerit, (la actual Madrid), un grupo de castellanos trepaba con gran agilidad las murallas y viéndolos, el rey comentó con admiración: “trepan como gatos”. Desde entonces, a los habitantes de Madrid, se nos identifica con el simpático mote de “gatos”.